Rómulo Lares Sánchez. 26ENERO2012
Habrían quedado pendientes algunas reflexiones frente a la contradicción impuesta con la fuerza de la censura y la autocensura de los medios de comunicación social, partidos políticos, gremios, sindicatos, academias e iglesias, al subordinar el establecimiento del Estado de Derecho a la gestión de una pantomima de institución electoral diseñada, meticulosamente, para que el régimen y sus cómplices, asociados y colaboracionistas se perpetúen en los poderes públicos de la nación, de los estados y de los municipios.
Afirmaba también el editor de la revista “Zeta” (No. 1837) que la Conferencia Episcopal “denuncia la parcialidad de las autoridades electorales, planteando un problema cardinal que la Oposición debe afrontar apenas decida quién es su candidato”.
Un primer contrasentido salta a la vista: ¿cómo podría afrontarse con alguna seriedad la denuncia de las autoridades electorales, cuando se otorga la confianza al Sistema Electoral del régimen para la “elección” del candidato de las “oposiciones”? Y la contradicción tiene su origen en que para las “oposiciones” como es evidente, algunos precandidatos y centenares de funcionarios del Poder Legislativo-AN y de los demás poderes designados por éste, así como de los estados y municipios han sido proclamados por el CNE.
Ésta realidad tendría peso suficiente para exponer la componenda-negociación.
Adicionalmente, habría quedado claro que las “oposiciones” no representan mayoría alguna y que aún conjuntamente con el régimen tampoco conforman una mayoría, ni tiene esto alguna trascendencia para ambos.
La estrategia electoralista del régimen-oposiciones habría asegurado la “participación” de un nutrido grupo de “candidatos” que legitimen y cohonesten la gestión del Sistema Electoral-CNE, modelo diseñado y comprobado para sustentar el fraude político-administrativo sistemático, permanente y continuado a partir de 1999.
Dicha estrategia se aceleró al máximo como respuesta para neutralizar el impacto y luego la memoria de la mayor expresión espontánea de madurez democrática del colectivo, la de la “des-elección” de la Asamblea Nacional el 4DIC2005, cuando despreciamos la pantomima electoral que sería desconocida para dar la espalda al colectivo como se anticipaba, por parte de las oposiciones y de los otros actores mencionados, y que como contrapartida les ha servido para “elegir” a sus candidatos y asegurar recursos y escenarios para promover con mayor fuerza la “fiesta democrática” electoralista.
Sin embargo, como si se tratara del sombrero de un prestidigitador, el “PÉNDULO” de “Zeta” nos anuncia el inicio de “una nueva etapa en la Historia de este país, la etapa que la Iglesia quiere sea la de la reconciliación nacional. Todo lo demás ocurrirá en función de eso”. Mientras tanto también anunciaba: “Ministro de la Defensa “amigo” de las FARC”.
¿Cómo puede hablar la Iglesia (católica) de reconciliación nacional, si régimen y oposiciones, transformados en los lados de la misma moneda del totalitarismo, ejercen e imponen de forma complementaria la careta de su pensamiento único, hacia la consolidación del “hombre nuevo”, contrariando la aspiración del colectivo y al costo de la entrega de la soberanía del territorio y su contenido a la subversión y al narcotráfico planetario?
¿Reconciliación entre régimen y oposiciones que, repetimos, representan dos minorías que adicionadas continúan en minoría, mientras desconocen la existencia de otros grupos que en conjunto representan la gran mayoría del colectivo nacional, que la censura y la autocensura institucional mantienen de forma criminal en la clandestinidad mediante la violación de diversos derechos humanos, civiles y políticos, y que los adversa con intensidad y con desprecio?
Esta promoción de la también pantomima de la reconciliación está en el centro oscuro de la transición. No es posible conciliar con el crimen organizado transnacional sino sometiéndolo al imperio de la ley y a la voluntad mayoritaria del colectivo o expulsándolo, mediante los mecanismos disponibles, todos legítimos, pero nunca mediante el ilegítimo e ilegal sistema electoral diseñado para el fraude continuado del régimen-oposiciones.
La sistemática asimilación de la realidad socio-política venezolana a una cuestión de ideologías o de etapas en la rutina de la vida de una nación no es más sostenible, sobre todo cuando se diluyeron y hasta desaparecieron tanto las ideologías como la nación.
En el mismo ejemplar de “Zeta”, Elizabeth Burgos, conocedora en profundidad de las realidades de Venecuba y de la globalización, “DESDE EUROPA” y frente al más reciente documental de Rithy Palm (2012), nos recuerda el “escenario de un proyecto de exterminio” efectuado en Cambodia entre 1975 y 1979, en el que “exterminaron una cuarta parte de la población…” (2 millones de personas), “en nombre de la lucha de clases y de la construcción del hombre nuevo”. “Su objetivo era llevar a cabo el mismo proyecto de Mao en China, pero hacerlo mejor, y de manera más radical.
Es el mismo argumento del castrismo, de las FARC de Colombia, y el discurso de la “revolución Bolivariana”: consideran que el comunismo fue traicionado en donde se le ha aplicado hasta ahora, pero que ellos van a rehabilitarlo”.
Esta nueva alerta de Burgos es oportuna frente a la ligereza de la editorial de “Zeta” y del resto de las élites de la sociedad venezolana, porque lo que ocurrió en Cambodia y en otras latitudes también está ocurriendo en Venecuba, tanto en cuanto a las justificaciones “ideológicas” de las violaciones también sistemáticas, permanentes y continuadas de los derechos civiles y políticos de los venezolanos, de quienes se encuentran exiliados o no en el extranjero así como de los residentes en el territorio, como frente a la sistematización de los exterminios y asesinatos que, insistimos, crecieron desde 2.800 en 1998 a 19.500 en 2010.
El documental referido, cuya proyección en Francia considera la articulista “Un acontecimiento inédito en la historia de los medios…”, al presentar el relato directo del responsable de la masacre referida (Duch): “Sensación de terror, de malestar embarga al espectador al escuchar la voz suave de un hombre culto, profesor de matemática quien a manera de justificación dice que “fue utilizado”, fue el instrumento de una ideología que tenía como objetivo la construcción de una sociedad justa, y cita de memoria en francés al poeta Alfred de Vigny, apoyándose en las fichas con las listas de los prisioneros y las fotografías la planificación del genocidio”.
La indiferencia y la incomprensión ante la fachada ideológica de la “revolución bolivariana del siglo XXI” ha venido desviando la atención local e internacional para lograr dos objetivos fundamentales:
1) que las críticas al régimen-oposiciones se centren en el fracaso de la gestión pública, como si se tratara de un caso más del mundo de la política y
2) las elaboradas explicaciones para disimular la premeditación de los crímenes de lesa patria y de lesa humanidad, tales como las de Duch: “Cometí crímenes luchando por una ideología, vivíamos en una situación de urgencia y había que aniquilarlos”.
Estos serían el tipo de argumentos que inducen a académicos y líderes sociales y religiosos a expresar posiciones evasivas y pusilánimes, como la de la Conferencia Episcopal y hasta para justificar el silencio frente a las expresiones del terror disimuladas con la pantomima electoralista, porque al “encapsular” los crímenes dentro del “debate ideológico” se estimulan y brotan las características del demócrata, como la tolerancia, limitando la crítica y la denuncia para dejar que los acontecimientos hablen demasiado tarde por sí mismos, transformándose por omisión en cómplices y colaboracionistas.
Duch, como en las frecuentes explicaciones de la “revolución bolivariana”, “No parece sentir la menor culpa y piensa que debería ser exculpado, porque los suyos no fueron crímenes cometidos dentro de un marco de delincuencia, sino atendiendo a un proyecto ideológico”.
Frente al desvarío colectivo venezolano que de forma absurda pretende enfrentar la trágica realidad para establecer el imperio de la ley cohonestando la pantomima del fraude electoral, llega oportuna la conclusión de Burgos:
“El documental de Rithy Pahn debería ser considerado como un instrumento pedagógico, en particular en aquellos países en donde sus gobiernos contemplan la instauración de regímenes inspirados en los preceptos de los Jémeres Rojos y porque se debe tener en cuenta que cualquier revolucionario, aún el de talante más inofensivo, puede convertirse en un Duch”.
Cuánto mayor el holocausto posible en marcha en Venecuba, cuando han quedado en evidencia niveles elevados de perversidad y perversión tanto en la manipulación como en la acción y el contrapunteo actual de los dos monstruos representados por el régimen-oposiciones, así como en la historia trágica de las revoluciones y la de la lucha armada regional y local.